viernes, 10 de julio de 2009

Cap. 4: Un choque, un encuentro.

Puuuuummm!!!
El pequeño auto de Segundo se detuvo de golpe al dar luz amarilla el semáforo y otro automóvil lo chocó de atrás. El no podía cruzar en amarillo. Para él, la señal amarilla no significaba precaución, sino algo más aterrador: "frene!!!"; "tenga miedo!!!"; "no cruce!!!"; "no se haga el canchero!!!". Segundo destrabó su cinturón de seguridad y bajó del vehículo.


__ ¿Pero vos sos pelotudo que frenas así? Preguntó a los gritos Modesto.__ ¡No podes frenar así nene!

Segundo, sumamente nervioso, extendía los brazos intentando explicar con este moviendo el error que había cometido:

__Disculpame loco, por favor, disculpame. Me distraje, disculpame.

Obviamente Segundo no iba a confesarle a este extraño que una de sus mil manías era no poder cruzar los semáforos en amarillo, como del mismo modo no podía dejar el volumen del equipo de música en números impares o las invariables cinco cucharadas de azúcar con las que debía tomar el café.

__Ay Dios, bueno ya está, que vamohacer.__Se resignaba Modesto.

Corrieron los autos del medio de la calle y se dispusieron a facilitarse los datos pertinentes en este tipo de sucesos.
Al ver los autos chocados, un muchacho, de barba renegrida y mirada amistosa, que salía de su casa se acercó a los accidentados y les preguntó si necesitaban ayuda.

__Uy gracias loco, yo necesitaría hablar por teléfono al trabajo para avisar que llego demorado y me quede sin crédito en el celular. ¿Me prestarías tu teléfono?
__Si obvio, tomá, llama tranquilo.
__Gracias viejo, ¿cómo te llamas?
__Justo.
__Un gusto Justo, Modesto García.


Segundo observaba extrañado la naturalidad con la que conversaban Modesto y Justo, los que hasta recién eran dos completos extraños. Segundo pensaba en silencio cómo estos dos no se dieron cuenta al momento de presentarse que sus dos nombres cristalizaban su personalidad. Justo, oportunamente, apareció en el momento y lugar donde alguien necesitaba ayuda. Modesto no dejaba de disculparse por la vergüenza que le daba tener que pedirle el teléfono a un desconocido. Segundo, totalmente extraño a estas conductas de espontaneidad, pidió nuevamente disculpas por lo sucedido y se alejó en su auto hacia la facultad donde estudiaba Dirección de Cine.

Modesto y Justo se quedaron conversando unos minutos más, comentándose a que se dedicaba cada uno, hasta que el primero pudo arrancar finalmente su auto para llegar lo antes posible a su trabajo: un colegio secundario donde dictaba clases de Historia. Justo le comentó que era Asistente social y le dejó una tarjeta de la ONG en la que trabajaba.


__"Qué buen tipo este Justo…"__ se decía Modesto, camino al colegio.

__"Pobre este muchacho Modesto, chocar así… que mala leche"__Pensaba Justo en su casa.

__ "¿Por qué yo no puedo ser así, normal, como esos dos tipos?"__Se interrogaba mentalmente Segundo durante la clase de Iluminación.


Continuará...

Cap. 3: Victoria y sus amigas.

Victoria se reunía cada martes por la noche con sus amigas: Dolores y Soledad. La primera hipocondríaca. La segunda solterona. Dolores llegó con un barbijo, mientras Victoria terminaba de preparar la comida en la cocina. Soledad esperaba en el living, sentada en el sillón individual. Sola.
Al verla llegar enbarbijada, Victoria levantó sus cejas sorprendida y se largó a reír:



__ ¿Qué haces con eso Dolores?
__Ay no te rías tarada. ¿Vos no ves la televisión?
__Si. Pero no me disfrazo porque lo diga el señor del noticiero. Bueno, al gordito del pronóstico sí le hago caso. Pero no te cebes Dolo, no entres en la paranoia de la epidemia.
__Bueno che, no me cuesta nada andar con el barbijo.
__Bueno dale, sacate eso que ya vamos a comer.
__ ¿Qué hiciste?
__Risotto marroquí.
__ ¡¿Qué?!
__ Mentira tarada, hice pizza.
__ Ah menos mal, esas cosas raras no hay que comer, ¿Vos no sos alérgica no?
__ No Dolo…
__ Ah esta bien, yo no puedo comer esas cosas.
__ Ya sé Dolo…
__Ah buenísimo.
__Dale sentate que ya termino.
__ ¡Hola Sol! Ay estas re linda.__ Realmente Soledad era muy bonita, pero extrañamente nunca había tenido un novio como Dios manda.
__ ¡Holaaa! ¿Cómo estás Dolo?__ Preguntó sonriente Soledad.
__ Bien, bien. Podrida del laburo, pero bien. Esta todo sucio, no sabes. El baño es un asco. Yo me aguanto y no voy.
__ ¿Pero no vas al baño en todo el día?__Preguntó extrañada Soledad.
__No ni loca.
Victoria se sentó junto a ellas acercando las pizzas y dejándolas sobre la mesa:
__Dale enfermita, vamos a comer.
Las tres rieron, mientras Dolores se alejaba por el pasillo. Hacia al baño. A lavarse las manos.



Continuará...

Cap. 2: "¿Con el Sr. Gil por favor?"

Inesperadamente, Gil superó el periodo de prueba en su empleo y ese martes por la mañana lo llamaron desde la empresa para que se acercara a realizarse el examen psicotécnico. Despertándose con el timbre del teléfono, Gil corrió desde su habitación al living, golpeándose en el camino el más pequeño de sus dedos del pie y maldiciendo aquel duro sillón de algarrobo. Tomó el tubo apresurado y pidió a la señorita que lo aguardara un momento mientras buscaba con que anotar. Manoteó un volante de pizzería que estaba en la mesita del teléfono y al dorso intentó tomar nota de lo que la voz le comenzaba a dictar. No andaba. La lapicera no escribía. Ansioso, Gil frotó la birome con ambas manos, como si quisiera prender fuego con un trozo de madera entre dos piedras. No funcionaba. Pidió otro segundo a la señorita que lo aguardaba en línea. Se decidió por soplar con energía el tubo plástico de la lapicera, hasta que finalmente pudo escribir ligero lo que le iba diciendo la voz femenina a través del teléfono, sin demasiada prolijidad, torpemente, como solía hacer todo: Suipacha 611, 6to 31. Miércoles, 13 Hs. Lic. Pagnucco.
Luego de cortar, Gil levantó su mirada desde el papel hacia el espejo que tenia enfrente. La mancha de tinta azul en sus labios le reveló que ya no podría utilizar más esa lapicera:
__Qué pelotudo que soy.__Se definió Gil, mientras acompañaba sus palabras moviendo la cabeza de izquierda a derecha.


Continuará...

Cap. 1: Los Nombres

Todos somos hijos. Reconocidos, abandonados, biológicos, adoptados. Por su parte, la primera decisión que toma un padre por su hijo es darle un nombre. Hay mujeres que lo tienen elegido desde pequeñas, cuando sus hijas aún eran sus muñecas, e incluso manejan distintas opciones en caso de que el sexo del recién nacido las sorprenda. Ahora bien, muchas personas desconocen el peso de un nombre en la vida de una persona.
Hasta no hace mucho tiempo, las personas conocían una forma de nombrar a sus hijos sin invertir demasiado tiempo y esfuerzo: el calendario. Este método comenzó a utilizarse en los orfanatos. De este modo, si el pequeño nacía un 12 de Octubre, seguramente lo llamarían Américo, o América, dependiendo de su sexo.
Esta es la historia de cinco nombres.


Modesto.
Buenos Aires. 12 de Marzo de 1981.
Llovía desde la madrugada, y ya estaba aclarando a eso de las seis y pico. Una bolsa negra, apoyada sobre el felpudo de la entrada trasera del orfanato, se movía y lloraba. Desde adentro, la cocinera del lugar se esforzó por discernir el sonido de la lluvia, de aquel llanto. Abrió la puerta y protegiéndose de la lluvia cubrió su cabeza con su saco de lana. Halló la bolsa que lloraba y de la forma más veloz que pudo cubrió al bebé con su cuerpo. Era un niño. Luego de secarlo y arroparlo, se acercó, con el pequeño en brazos, al calendario colgado en la cocina y volviéndose le dijo a su compañera: Se va a llamar Modesto.
Segundo.*
Enfermizamente, Segundo completaba su ritual numérico de apagar y encender la luz de calle siete veces antes de salir. Al terminarlo, cerraba sus ojos por un instante y suspiraba como si estuviese exhausto. Este no era la única de sus manías, claro. Desde que se despertaba debía cumplir con una serie de rituales. Apoyar su pie derecho siempre antes que el izquierdo, al bajarse de su cama. En el baño, debía respetar un estricto orden de prioridades. Por ejemplo, se obligaba a cepillarse los dientes, contabilizando, claro, los once movimientos que realizaba sobre cada ladera de sus treinta y un dientes. Perdió uno de pequeño debido a este ritual higiénico.

*Información útil: Es el segundo de tres hermanos, sufre de TOC (trastorno obsesivo compulsivo). Sumamente inseguro. Estudiante de cine.
Victoria.
Al salir de su consultorio, Victoria, una joven y atractiva Psicóloga, hurgó en su cartera hasta encontrar las llaves de su auto, estacionado a pocos metros sobre la misma calle. Antes de partir llamo por celular a su madre.
__Hola Má.
__Hola hijita… Ay que suerte que me llamaste.
__¿Qué pasa?
__No nada, pero anoche tuve un sueño feo y quería escucharte para saber si estabas bien.
__Estoy bien mamá. No te preocupes__Respondió Victoria mientras mordía su labio inferior y levantaba su cabeza.
__ ¿No me vas a preguntar que soñé?
__Si, estaba a punto.__Contestó Victoria, para luego morderse la mano.
__Soñé que llegabas a casa y me decías que te ibas a casar.
__ ¿Y eso qué tiene de feo Mamá?
__Es que estabas enamorada de cuatro hombres Victoria.
__Ni uno, ni dos, ¡cuatro hombres! ¿Qué cenaste anoche Mamá?
__Ay nena, cuatro hombres, ¿Te das cuenta? ¿Cómo vas a hacer para decidirte?
__Mamá, escuchate por favor, lo soñaste, eso no pasó.
__Si, pero una vez también soñé que Alberto se moría, ¿te acordas?
__Mamá, el gato tenía 17 años y tres tumores extirpados.
__Bueno, bueno, hace lo que quieras hijita. Lo importante es que te vas a casar.
__Bueno mamá, te mando un beso. Te tengo que cortar, estoy saliendo del consultorio y tengo que estar en el hospital a las cuatro.
Victoria se observó en el espejo retrovisor durante un segundo y luego sonrió al recordar las palabras de su madre que resonaron en su cabeza durante toda la tarde: “…también soñé que Alberto se moría”
Justo
Hacía varias semanas que trabajaba, desde la ONG de la que formaba parte, para que no fueran desalojadas 25 familias que ocuparon un hotel abandonado en el barrio de Almagro. Tenía 29 años y había nacido en Bahía Blanca, pero vino a estudiar a Buenos Aires y en la residencia universitaria en la que vivió sus primeros años en la capital conoció a los amigos con los que fundaría la ONG.
Los móviles de la policía se retiraron entre el griterío de las personas que festejaban la apelación conseguida por el muchacho de barba renegrida, que reía con sus ojos, pero sin mostrar del todo sus dientes, algo avergonzado.
Como si formaran parte de un coro mixto de sexo y edades, los ocupantes del hotel comenzaron a vivar a grito limpio al joven bahiense:
__Justoooo!, Justoooo!, Oleee, ole, ole, oleeee, Justooo! Justooo!
Gil.
Faltaban pocos días para que pudiera cumplir los tres meses de antigüedad en su actual empleo, operando una cabina de peaje, y superar de este modo el periodo de prueba. Pese a su corta edad, sólo 25 años, Gil había tenido docenas de trabajos; había sido, verdulero, ayudante de cocina, cadete, delivery de una pizzería y cuidador de perros. Claro que no se destacó en el despacho de verduras, como tampoco fue de gran ayuda en la cocina, y mucho menos consiguió que las pizzas llegaran a tiempo o los perros no se le escaparan. Gil, era un completo inútil. Según él, su principal inutilidad era no saber abrazar. No sabía. O soltaba antes de tiempo a la persona o no ejercía suficiente fuerza, pero en definitiva no sabía dar un abrazo como Dios manda.
Por lo general atendía a los automovilistas sin mirar su cara, con su radio a un volumen muy alto que apenas dejaba oír el saludo de algún conductor bien educado. Esa tarde fue distinta.

__Hola, perdoname, ¿te puedo hacer una pregunta?__ Consultó Victoria, mientras tomaba el vuelto y su ticket.
__Si__ Contestó Gil, con la voz que se le entrecortaba, como le sucedía cada vez que se ponía nervioso. Es decir, los últimos veinticinco años.
__¿Sabes decirme cómo agarro acceso oeste?__
__Si, pa sando el según do puente, salís a la dere cha y ahí ya agarrás el acce so oeste.
__Buenísimo, gracias…__Victoria buscó con su mirada el cartel con el nombre del empleado: Gil Sánchez.
__Gracias eh, gracias__ Saludó Victoria sin poderlo llamar Gil, aunque ese fuese su nombre.
__De nada__ Contestó Gil, aún mas agradecido que ella. La última mujer con la que había intercambiado tal cantidad de palabras había sido su tía. Por teléfono. En navidad.
Continuará...